viajar...

“Pero viajar no es un empeño en busca de lo imaginado, no es la persecución de algo que uno quiere ver, cerrando los ojos a todo lo demás. No es un deporte hecho para los que están seguros de lo que son, qué quieren y adónde van. Una sola pregunta puede justificar un gran viaje y el viaje está hecho para aquellos que no saben muy bien hacia dónde se dirigen ni conocen con exactitud lo que buscan. Está hecho para los que intuyen que encontrar no es lo importante y que cumplir un sueño puede ser, sobretodo, darse de bruces con la aventura. Es cierto que regresamos siempre, pero no debe viajarse con la intención de hacerlo. Viajar tiene algo de nacimiento"

Javier Reverte.
El Sueño de África.

26 maio 2008

El bonito comienzo de nuestro Gran Cuento de la Lechera

Ayer estaba yo al volante cuando decidí acercarme a un coche para preguntar por unas indicaciones. Como si estuviera conduciendo mi antiguo AX en lugar de una furgoneta de cuatro metros y medio de largo, me acerqué tanto tanto al otro coche que me llevé su parachoques por delante. Esas cosas pasan, qué le vamos a hacer. Con un seguro que no llegaría a cubrir ni las luces de un intermitente, nos encontramos en la situación que hace tiempo yo ya esperaba: hacer negocio. Estábamos allí el dueño del otro coche, sus dos hijos, seis policías federales con metralletas en mano, dos agentes de tránsito, Ainhoa y yo. Exclamaciones para arriba, disgustos para abajo, quejas, suspiros, y conversaciones más bien de telenovela que de una situación seria. No sólo conseguimos pagar la mitad de lo que nos pedía el tipo sino que además de librarnos de la multa con la que nos amenazaba uno de los agentes (sin saber muy bien el porqué de la multa, eso es lo de menos) el agente terminó pagándole al tipo del coche los diez pesos que nos faltaban para zanjar el trato mientras decía “a las mujeres bonitas siempre les salen las cosas más baratas”. Si hay que ser bonita, una lo es… y que pague el barquero, que yo soy bonita y lo quiero ser… Vamos, que si nos quitan de una multa y encima nos descuentan, como si tenemos que hacer el pino mientras nos tocamos la punta de la nariz.
Pero bueno, esto ocurrió ayer saliendo de La Piedad rumbo a Guanajuato. Llegamos a esta preciosa ciudad ayer tarde, después de pasar quince días en la mejor de las compañías. Juan K. es un artesano original de Guadalajara. Le conocimos por pura casualidad en un pueblito llamado San Pancho, en el cual paramos a pasar la noche cuando íbamos camino de Puerto Vallarta junto con un holandés y una polaca. Fue por él que dimos la vuelta, y en lugar de seguir lo planeado, modificamos nuestro rumbo para pasar unos días en La Laguna de Sta. María del Oro y en la ciudad de Guadalajara, donde Juan K. sería el mejor de los guías. Separando nuestros caminos, la pareja que nos acompañaba siguió hacia Puerto Vallarta, mientras nosotras dos pusimos dirección a La Laguna siguiendo a la pequeña volkswagen de Juan K.
El hombre de los bonitos suspiros, caracteristica por la cual siempre le recordaré, vive en una volkswagen del 82, acomodada con una enorme cama y un ordenador con una enorme pantalla para ver películas. Tiene sus cosas organizadas como nosotras, en tapers donde lo almacena todo. Fue a través de su combi por la cual nos conocimos. Nada más verla Ainhoa y yo pusimos los ojos en un enorme cable naranja que salía por su ventana. No había lugar a dudas, allí dentro había alguien disfrutando de electricidad, deliciando una película en la pequeña y acogedora casa que resulta siendo una combi volkswagen. Y es que en los 104 días que llevamos de viaje, si hay algo por lo cual hemos suspirado nosotras es por el placer de ver películas en nuestra bonita y caprichosa, o mejor, tragarnos la última temporada de Perdidos con un gran bol de palomitas.
Pero de Juan K. no sólo nos llevamos un inversor de corriente y una extensión de treinta metros para poder llevar a cabo estas pequeñas satisfacciones de la vida moderna, ni mucho menos, de él nos llevamos muchisísímas cosas más - como diría él. Pasamos con él cinco días en una preciosa laguna formada en el antiguo crater de un volcán. Allí nos enseñó muchos de sus trucos como artesano y nos ayudó a montar nuestro primer puestecito de ambulantes durante una competición de natación en la enorme laguna. De allí fuimos juntos a Guadalajara, donde nos acogieron en su casa Maribel y su hija Carol, con quienes preparamos unas deliciosas tortillas de patata y con quienes disfrutamos de agradables charlas basadas en el intercambio de jerga callejera y palabras malsonantes de ambos países. A ellas dos, a Diego el hijo de Carol y al bebé que está en camino, les damos las gracias por hacer de su casa la nuestra durante los cinco días que estuvimos en su acogedora ciudad.
Y es que Guadalajara fue increíble. Juan K. nos llevó a absolutamente todos los rincones donde vendían material para hacer pulseras, collares, pendientes y demás. Nos llevó a talleres de metales a comprar alambres de todo tipo, color y grosor, a tiendas de hilos de cera, piedritas, bolitas de madera, cajitas para guardarlo todo… Ainhoa y yo pasamos horas tiradas en el suelo escogiendo cuarzos de colores, aprendimos a ranurar ópalos y cuarzos para poder hacer collares con ellos. Deslumbradas con todo aquel mundo que escondía Guadalajara, supimos que de ahora en adelante la ciudad sería una de nuestras grandes Mecas. La Meca de nuestros sueños, la de nuestros artísticos sueños. Bastó cruzar una esquina y encontrarnos con una plaza atestada de mujeres haciendo ganchillo para saber que algún día Ainhoa y yo volveríamos a esa gran ciudad. Nunca en la vida Ainho y yo olvidaremos el día en que entramos en la casa de un artesano en busca de ópalos. Camilo nos invitó a pasar a un cuarto, nos sentó frente a una mesa y empezó a derramar preciosos ópalos sobre bandejitas de terciopelo negro mientras nos servía cerveza con sal y limón. Con los ojos como platos, Ainhoa y yo pasamos no sabemos cuantas horas eligiendo ópalos, y terminamos rellenando pequeñas bolsitas de plástico con la ayuda de una pequeña paletita de plata. Camilo nos enseñó a distinguir los ópalos buenos de los malos, todo el proceso la piedra, cómo es en bruto, cómo la pulen y la empastan hasta que quedan listas para ranurarlas y utilizarlas. Lo mismo ocurrió con las oxidianas. Juan K. nos llevó a comprarlas a la misma casa donde dos hermanos las pulen, las tallan y las venden al por mayor. Todos estos rincones secretos se abrieron ante nosotras gracias a Juan K., quien nos adoptó, nos acogió, y nos bautizó como artesanas con un precioso collar de oxidiana que nos hicimos con su propio material.
Todo esto y lo que queda sin contar se remata con el paso por la ciudad de Tequila. Además de descubrir y probar el helado de esta bebida, Ainhoa, Juan K. y yo fuimos a una pequeña fábrica a ver el proceso del agave hasta que se transforma en tequila. Nuestra guía Inma, que al final de la ruta bebió casi más tequila que nosotros tres juntos, nos contó cómo el tequila se empezó a destilar tras una tormenta durante la cual cayó un rayo y coció una plantación de agave. Sorprendidos por el rico olor del agave cocido, éste empezó a utilizarse como endulzante en las bebidas y comidas. Un día, encontraron un bidón olvidado y fue así como descubrieron los efectos del agave fermentado. Ala, de ahí el tequila
Y por lo pronto con esta historieta me despido. Queda pendiente un video de nuestro buceo en la isla de Espíritu Santo, junto con leones marinos y en las entrañas de un enorme barco hundido… y es que, resulta imposible contarlo todo. Ya sabeis, quien quiera saber más, que venga ;)
Besos de dos aventureras desde Guanajuato.














































































































Nuestras fotos de guiris como guinda final :)

06 maio 2008

En el mejor momento y en el lugar indicado.

Dos meses y medio hemos pasado en el yankee, increíble pero cierto. Miles de aventuras, e historias pero sobre todo lo que más nos alucina de EEUU son la cantidad de gente pirada de la chota que nos hemos encontrado. Como os podéis imaginar Marta y yo pasamos 24h juntas, pero cuando nos separamos por unas horas o cualquier motivo, nos volvemos a encontrar emocionadas por las miles de historias increíbles que tenemos que contarnos. ¡Somos un gran equipo! Por su cumple pasamos un gran día en el parque y recibió como regalos unas súper pegatinas para tunear y renombrar la furgo, camisa hawaiana y más.
Salimos de San Diego más chulas que un ocho al ver cómo la vida nos regalaba una dulce venganza. Anthía nos despreció, nos insultó y jugó sucio. Ella lo quiso así, estaba sentada en el momento justo y en el lugar perfecto para ver desfilar a su jefa, Lauren, con el poncho que cariñosamente llamé California Sunset. Con la sonrisa congelada vio como nos hacían fotos y nos despedían cariñosamente la gente del 976. Pedimos comida para llevar y en la misma bolsa Lauren nos regaló dos preciosas tazas de té con el Logo 976. Agitando nuestras manitas por la ventana de la, nuevamente apodada Bonita y Caprichosa, pusimos rumbo a la frontera. Hay un momento que la carretera sólo tiene un sentido y es imposible dar la vuelta, desde ahí se divisa una colina llena de casas muy humildes: Tijuana, y una bandera gigante roja, blanca y verde: México.
Cruzar la frontera por Tijuana y que te paren o no depende de un semáforo, que si está en rojo te registran y si es verde pasas como si nada. Sin embargo todo cambia en a penas 200m. Con el semáforo en verde cruzamos frontera y nuestros ojos se abrían ante la gran diferencia, pero también ante lo familiar que nos parecía todo. Puestos ambulantes, hamacas y caras latinas vimos por nuestras ventanas mientras pasábamos de largo Tijuana. La península de Baja California nos esperaba. Directas a Ensenada condujimos hacia el atardecer para dormir en el parking de un restaurante en La Bufadora. Se terminó “Prohibido esto, prohibido lo otro”, en México podemos aparcar, cocinar y ser bienvenidas con grandes sonrisas. Nos despertamos escuchando rancheritas mexicanas a todo volumen de los vecinos. Caminamos todo el mercado que se concentra alrededor de La Bufadora, fenómeno de agua que sube al cielo que no merece la pena visitar. Sin embargo en el mercado enfocado al turismo norteamericano, desayunamos sandía y mango con chile, sal y limón. Nos encaminamos hacia Erendida, allí comimos enchiladas de queso en la cocina familiar de Gloria y aparcamos en la playa debajo de un hostal y cerca de una familia que también acampaba allí. Estos resultaron ser una pareja de abueletes adorables que tenían buenas historias que compartir y con ellos vimos orcas desde la orilla. Marti y yo decidimos subir al hostal a por unas cervezas y allí nos quedamos a tomar la primera, la segunda y la tercera. Allí, al lado del fuego, jugaban cinco gringos a las cartas y viendo a dos señoritas como nosotras beber solas nos invitaron a jugar con ellos. Sin dinero que apostar ellos nos prestaron una y otra vez cuartos de dólar para que siguiéramos en la mesa. Marta se había retirado varias veces del juego después de apostarlo todo. En la última jugada, la apuesta era la más grande e interesante de la noche, sólo quedábamos tres y a ninguno nos salieron buenas cartas como para llevarnos el preciado botín. Uno de ellos le dio otro cuarto de dólar a Marti para que participara de la que sería la última partida. Marta, con cartas prometedoras y mucho atrevimiento lo apostó todo. Si perdía tendríamos que poner 13 dólares para pagar la deuda pero…¡Ganó! ¡Ja! Los gringos con caras de besugos no sabían si respetarla aún más u odiarla con todas sus fuerzas cuando Marta les dio una lección. Como una señora, repartió el dinero entre los gringos, se levantó y dijo “Señores, este dinero es suyo, hemos empezado sin nada y nos iremos sin nada, ha sido un placer y gracias a vosotros hemos pasado una gran velada”. Así, atónitos, les dejamos, y yo muy orgullosa de la gran señora que caminaba a mi lado cruzamos el oscuro desierto sin ninguna luz y nos fuimos a dormir. Al día siguiente, condujimos 13km por carretera de tierra a 10km/h cantando a todo trapo mientras la B&C se bamboleaba de un lado a otro para llegar a ver la gran Bahía de San Quintín. Luego hasta Rosario, al día siguiente hasta Rosarito y por el camino muchos controles de policía militar que nos hicieron plantearnos que, quizás por ser dos mujeres no corremos mas peligro, sino todo lo contrario, la policía bromea con nosotras, nos enseña fotos de su familia, videos de sus hijos jugando y después de una charla y preguntas de rigor “De donde vienen, a donde van”, nos despiden con sonrisas.
Conduje durante 3h y media por la carretera más recta que he visto en mi vida. Un desierto volcánico gigantesco y una única carretera que lo cruza, es sencillamente recta como una regla y así es durante 300km. La carretera más aburrida que he visto en mi vida entre tierra, bosques de cactus y piedras que termina en la llamada Cuesta del Infierno, y no es para menos porque después de ese descenso de infarto, la carretera desemboca en auténticos oasis con ríos que aparecen y desaparecen, lagunas verdes rodeadas de palmeras datileras, naranjos y pueblitos acogedores. La carretera te lleva directa a las aguas turquesas del Golfo de California y ahí en un pueblito llamado Mulegé llevamos 3 días atrapadas. La tarde que llegamos nos tomamos una birra debajo de las palmeras a las orillas del río, cenamos y nos contaron que el pueblo estaba un poco revuelto por unos cuantos robos. No sabíamos muy bien si dormir en mitad del pueblo o no. Entonces Marta se encontró en el lugar indicado en el momento justo para hablar con la persona perfecta. Holaaaaaaaa?, mira, mi amiga y yo buscamos un sitio tranquilo para dormir, ¿sabéis alguno?; pregunta Marta a una pareja de gringos (Sean y Jill). El y ella se miran entre si, y él le dice “ Bueno, en realidad sí, podéis venir a MI Playa, si queréis”. En ese momento Marta y yo nos saltamos todas las reglas de seguridad de no conducir por la noche en México y nos vimos siguiendo, durante 15km, a esta pareja que iba en su Harley por oscuros caminos de tierra. Llegamos a SU PLAYA escondida en algún lugar en el mar de Cortes. Allí, vive Sean en una casa de palmeras impresionante, llamadas palapas, que es el puro paraíso. Nos ha dado paseos en barco por toda la Bahía de la Concepción, hemos ido a pescar y nadar en aguas turquesas y nos ha dado un paseo en su Harley por la zona. Nos ha adoptado por unos días diciéndonos “Mi casa es su casa” . Desde su sillón ahora os escribo donde curiosamente hay Internet pero no hay cobertura de móvil. Desde aquí se ven a los pelícanos tirarse en picado para pescar en la misma orilla. Ayer cojimos a menos de medio metro de profundidad un saco de almejas, que comimos ayer con langosta y pescados que yo degusté encantada por las dos. Los vecinos son una pareja húngara con dos niñ=s que han crecido aquí en la playa, y han construido una casita de palmeras pensada toda ella para sus hij=s. Ellos nos apodaron Cortes Girls y con ellos, una vez más, nos damos cuenta que es posible vivir así. Y viajando, conocemos cada vez a más personas que viven así, que viajan como nosotras y que tienen autocaravanas que nos hacen soñar con tener algún día una. Hemos llegado a la Paz y por fin mañana nos vamos a bucear a la isla Espíritu Santo.